Montjuïc se iluminó con una de esas noches que quedan en la memoria. Había algo especial en el ambiente, algo distinto. No era solo la Champions, ni el hambre de un equipo que se había acostumbrado a la decepción europea. No. Era él. Un niño de 17 años que, con su zurda, escribió una historia digna de los libros de oro del fútbol. Lamine Yamal no puede votar, pero puede decidir partidos en la Liga de Campeones.
La eliminatoria estaba abierta tras la ida, con aquel esfuerzo titánico del Barcelona con un hombre menos. Pero en la vuelta, el Benfica llegó con la misma intensidad, dispuesto a complicar las cosas desde el primer minuto. Y lo hizo. Un error en la marca de Araujo le regaló a Otamendi la posibilidad de encender las alarmas en Montjuïc. Un gol tempranero que heló la sangre culé.
Entonces, apareció él. El chico que juega con la desfachatez de un veterano y la creatividad de un genio. Recibió el balón en la banda, miró al área y vio lo que nadie más. Un pase quirúrgico a Raphinha, que solo tuvo que empujarla. 1-1. La reacción había comenzado. Pero Yamal no había terminado.
El Benfica intentó resistir, pero no contaba con otro destello de talento. Lamine recibió en la frontal, giró el tobillo y soltó un disparo que solo los elegidos pueden ejecutar. El balón se clavó en la escuadra, en una acción que evocó a su tanto contra Francia en la Eurocopa. Era el 2-1. Era su noche. Era la noche en la que el Barcelona volvió a ser temido en Europa.
Aún quedaba la sentencia, y Balde puso la firma con una carrera que dejó en evidencia la pasividad de la zaga lisboeta. Raphinha, con sangre fría, cerró la victoria con su segundo de la noche. El VAR puso suspenso, pero el tanto subió al marcador. Montjuïc vibró.
El Barcelona está en cuartos. Con un entrenador que ha devuelto la ambición. Con jugadores que creen en la idea. Y con un genio de 17 años que parece decidido a escribir su propia historia.