La noche en el Martínez Valero fue un espectáculo de pasión y poderío futbolístico. Desde el minuto uno, el Atlético de Madrid salió al campo con una idea clara: demostrar por qué es el líder indiscutible de Primera División y un serio aspirante al título de la Copa del Rey. La historia que se vivió en Elche fue una película de acción con un guion donde los rojiblancos jugaron el papel de protagonistas absolutos.
El primer acto se escribió temprano. En el minuto 8, Marcos Llorente desbordó por la banda derecha, enviando un centro que Alexander Sorloth transformó en gol con una frialdad clínica. Fue el inicio de una obra maestra colectiva. El Atlético no solo jugó sino que impuso un ritmo frenético que desbordó a un Elche lleno de valentía pero sin las armas necesarias para frenar la maquinaria de Simeone.
El segundo capítulo trajo un penalti que Sorloth, con una confianza inquebrantable, cambió por el 0-2. Para entonces, la superioridad rojiblanca era palpable, y aunque el Elche intentó reaccionar, los esfuerzos locales chocaron contra un equipo en estado de gracia. El guion tuvo un giro dramático al inicio del segundo tiempo: la expulsión de Nico Fernández dejó al Elche con diez hombres, una desventaja insuperable ante un Atleti que, a pesar de reducir su intensidad, jamás perdió el control.
Rodrigo Riquelme selló el tercer acto con un golazo de ensueño desde fuera del área, un disparo que dejó al estadio enmudecido. Y como cierre, Julián Álvarez, apodado la ‘Araña’, remató la obra con el 0-4, consolidando una victoria que fue más que un simple resultado: fue una declaración de intenciones.
Con esta actuación, el Atlético no solo alcanza los cuartos de final, sino que envía un mensaje claro: este equipo no conoce límites. Quince victorias consecutivas y un juego tan efectivo como adictivo lo convierten en un rival temido por todos. Mientras Simeone mira ya al próximo partido, su equipo se perfila como uno de los favoritos indiscutibles al título.