La noche anterior, el Metropolitano no solo presenció una victoria. Fue el escenario de una reconciliación, de un acto de redención pública. Tras la decepcionante derrota en Las Palmas, donde el equipo colchonero mostró su versión más irreconocible, los hombres de Diego Pablo Simeone respondieron al llamado de su afición. Y lo hicieron con un mensaje claro: aún tienen fuego en el pecho.
No hubo espacio para la especulación. Apenas habían pasado tres minutos cuando Marcos Llorente activó el modo vertical y Giuliano Simeone, con apellido de legado, puso un centro quirúrgico que Alexander Sørloth mandó al fondo de las redes con un cabezazo imponente. Era la cara A del Atleti: compromiso, intensidad, precisión.
El noruego fue el vértice de todas las ofensivas. Desbordante, agresivo y siempre amenazante, aunque sin la contundencia que su insistencia merecía. Fue Gallagher quien sí encontró premio, justo antes del descanso, conectando de cabeza tras un centro quirúrgico de Rodrigo de Paul para colocar el 2-0.
El Rayo Vallecano no se rindió. A pesar del dominio colchonero, los de Íñigo Pérez salieron con mejor actitud en la segunda parte. Isi tuvo la más clara, pero Oblak, siempre salvador cuando importa, respondió con reflejos de élite.
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— Atlético de Madrid (@Atleti) April 24, 2025
Y cuando el Rayo más se estiraba, el Atlético lo sentenció. Antoine Griezmann, suplente por segunda vez consecutiva —una imagen que empieza a doler—, entró con dinamismo y soltura, y dejó una joya de pase para que Julián Álvarez —la ‘Araña’— definiera con clase para el 3-0.
Ese fue el golpe final. Un partido sin premio clasificatorio, quizás, pero con una enorme carga emocional. Un triunfo que devuelve el alma al Metropolitano y que sirve para recordar que, aunque la Liga parece decidida entre dos gigantes, el Atlético de Madrid sigue sabiendo quién es. Y a veces, eso basta.