El reloj marcaba el minuto 75 y el partido parecía decidido. El Atlético de Madrid, con su solidez característica y la ventaja en el marcador tras el penalti convertido por Alexander Sorloth, se preparaba para amarrar tres puntos vitales. Pero el fútbol es impredecible y, en el Coliseum, el guion estaba lejos de acabar.
Un destello de orgullo encendió al Getafe. El penalti no solo había puesto en ventaja a los rojiblancos, sino que había despertado a la bestia azulona. Bordalás, el estratega que entiende el ADN de su equipo mejor que nadie, dio la orden: a morder. Y lo hicieron. Como si fuera un viejo combate de boxeo, los golpes empezaron a caer en ráfagas. Primero, un disparo de Bernat que rebotó en Giménez. Luego, un cabezazo de Mauro Arambarri que fue el preludio del caos absoluto.
La expulsión de Ángel Correa fue el punto de quiebre. En inferioridad numérica, el Atlético tambaleó, y el Getafe, con la adrenalina al límite, fue por todo. Un balón al área, una peinada de Duarte y un Arambarri iluminado que, tras un primer fallo, se inventó un amago para sentar a Oblak y definir el empate. La euforia se desató en las gradas, pero la historia no había terminado. El fútbol, como la vida, premia a los que persisten.
En los diez minutos de descuento que se estiraron casi a quince, la tragedia rojiblanca se consumó. Diego Rico probó suerte desde la frontal y el uruguayo Arambarri, de nuevo en el lugar exacto en el momento perfecto, desvió con la puntera el balón a la red. La bandera del línea subió, el Atlético respiró… pero el VAR tenía otra sentencia. El gol era legal. Estalló el Coliseum. Y Simeone, con la mirada perdida, entendió que su apuesta había fallado. El desgaste físico de sus figuras antes del crucial duelo ante el Real Madrid le pasó factura.
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— Getafe C.F. (@GetafeCF) March 9, 2025
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El Getafe, con Bordalás a la cabeza, volvió a demostrar que el fútbol no es solo de los más grandes, sino de los que jamás se rinden. Y en una noche de locura, el equipo azulón recordó que en el fútbol, hasta el último segundo, todo puede cambiar.